Cultura

La reivindicación del chuncano (1era parte)

En el marco de la feria gastronómica Sabores Chuncanos, fuimos convocados para hablar sobre lo que significa ser chuncano, y nuestro mayor mérito para semejante distinción no es otro que editar este sitios web.

El nombre de este sitio, Chuncania.com, pretende abarcar una región conformada por los valles que quiza hayan sido el territorio comechingón. Uniendo los valles de Traslasierras y Conlara, que son un único valle sólo dividido por el imaginario límite interprovincial. Y digo imaginario porque esa línea no ha logrado evitar la integración cultural que se sintetiza en una bohemia peculiar en la que la fraternidad cobra una dimensión singular; y mediante la cual las guitarreadas mercedinas se hermanan con la peñas transerranas. Una buena síntesis de esta integración es La Transerrana, una cueca cuyana en la que su autor el José Luis Aguirre, explica sencillamente y acertadamente esa amalgama.

Bajo el pretencioso título “La reivindicación del chuncano: De la discriminación al orgullo de pertenencia”, fuimos a exponer nuestra humilde aporte sobre este sentimiento que significa ser chuncano.

Origen de la palabra

Existen muchas opiniones y fuentes sobre el significado de la palabra CHUNCANO.

En Quichua, la lenguna del imperio INCA, CHUNCA es diez.

Siguiendo en la cultura INCA, el primer gobernante del Tahuantinsuyo, Pacha Cutic tenía un cuñado llamado Apu Chuncana Punco y un bisnieto de éste tuvo el mismo nombre y es conocido por un generoso donativo para la construcción de iglesias y por eso se registró su nombre y linaje.

Lamentablemente al no haber muchos registros de las lenguas originaria de la región, los lingüistas han debido, en muchos casos, realizar sus estudios basándose en la toponimia, el nombre pueblos y lugares que no se perdieron a pesar del tiempo.

Así pues sabemos que Mina Clavero, no hace referencia a una señorita de apellido Clavero sino que deviene de Milac Navira, curaca o cacique de estos pagos. Que NONO no es un nombre en memoria de algún abuelo o una insistente negación sino que refiere a los pechos de mujer, senos a los que recuerda los dos cerros que esquiva el Río de los Sauces cuando pasa por la orilla del pueblo

Lo cierto es que en la zona se le dice CHUNCAS a las piernas o pantorrillas según quien interprete. Tambien hay quienes sostienen que asi se nombran la patas del ñandú.

Hay una versión que dice que los lugareños solían vestir un pantalón recto algo corto que dejaba las canillas al aire, parte de la pierna, chunca.

Otra verisón un tanto más romántica habla que los chuncanos eran aquellos cuyos musculos de la pantorrilla estaban muy desarrollados a causa del andar trepando lomas y montañas. Quiza de tanto correr los senderos repartiendo las noticias y mensajes entre los ayllos.

Ser chuncano

El termino chuncano, fue utilizado (y aún se utiliza con menor frecuencia) de modo peyorativo y aplicado genralmente para indicar a una persona carente de conociemtos.

Pero claro, esa falta de conocimientos es tan relativa como el lugar desde donde se la sugiera.

Por ejemplo, el chuncano podría carecer de los conocimientos para desempeñarse en la gran ciudad y allí ya se le aplicaba además el mote de pajuerano . Pero si el chuncano juega de local, el ignorante es el otro. Lo vemos seguido cuando los visitantes se extravían en los senderos serranos, o en los accidentes que se producen por desconocer el respeto que se le debe al río (arroshito, dicen los porteños).

A propósito, comparto una anécdota que grafica esto. 

Tenía un amigo en Panaholma, cuya identidad vamos a cubrir con un manto de indulgencia, que un verano recibió la visita de una banda de primos que venían de Buenos Aires, de Capital. Estos familiares llegaban en el tren Sierras Grandes a Villa Dolores y de allí tomaban el Expreso Mina Clavero, y en Brochero los esperaban y los llevaban en una estanciera que hacía dos viajes. Los primitos eran unos gringuitios todos rubiecitos de flaquillo que caía hasta donde comenzaban los ojos. De ropa impecble y el cuero blanco. Mi amigo les tenia poca paciencia porque siempre lo cargaban por el modo de hablar esdrújulo y arrastrado o por alguna carencia material.

Mi amigo pronto encontró desquite.

Un día mientras andabamos por los sendero en busca de algun lagarto overo, les preguntó si habían probado el piquillín. Los pibes se miraron y dijeron que no. Entonces mi amigo les comenzó a describir los dulzores de la frutita y le convidó un granito a cada uno. Más tarde volvió a ofrecer piquillín y la aceptación fue unánime y entusiasta. Entonces mi amigo extendió su mano genrosamente repletas y me miró con ojos de “quedate piola”. Sobre su palma se ofrendaban un puñado de ajíes putaparió que fueron arrebatados casi con desesperación por los pibes.

Para qué contar lo que vino después..! No olvido la cara y la sonrisa de mi amigo ante la deseperación de esos niños cuyos rostros se iban enrrojeciendo mientras agitaban las manos intentando apaciguar el aliento incendiado.

Entonces la carencia del conocimiento es relativo.

Los que aquí vivimos sabemos cuando va a venir la creciente, sabemos que pasa cuando las arañas buscan las tierras altas, sabemos que no hay que subir al Champaquí sin vaquiano, que no hay que tirarse “clavitos” desde las piedras altas si no se ha explorado ante el río. Que si nos agarra una tormenta eléctrica en el campo, nunca hay que guarecerse bajo un arbol y que hay que desmontar si la tormenta nos sorprende cabalgando. Sabemos esas cosas que son necesarias para sobrevivir aquí. Esas enseñanzas que nos trasmitieron los padres, los abuelos y algunos que tuvimos la suerte de escucharlo de los bis abuelos. Pero lo más importante es que sabemos diferenciar el piquillín de ají putaparió.

Entonces desde esta perspectiva, aquel concepto discriminatorio se torna en distinción de orgullosa pertencia: «…soy chuncano…!«