Historias ChuncanasSan Pedro

Cuando el deber llama, hasta el placer calla

En la vecina localidad de San Pedro (Dpto. San Alberto) se desarrollaron estos acontecimientos.

En un bar (desconozco cual) se habían reunido algunos amigos, a matar el ocio, jugando al truco, otros junto al mostrador se distraían, mientras degustaban esa sabia mineral y gredosa que las uvas proporcionan.

Todo era normal. Nada salía de lo habitual. Hasta que gallardamente vestido se hizo presente nuestro personaje. Y en el recinto nada fue lo que era. Todo se transformó. La monotonía se esfumo como por arte de magia. Nuevos dioses, hadas y duendes invadieron el ambiente.

La inconfundible melodía y el entrañable encanto de Timoteo Bustos, logró que mucha, muchísima gente, se acercara a compartir la algarabía normal, que su presencia provocaba.

Inició su actuación, tocando con la armónica, un paso doble. que recogió una explosión de aplausos. Siguió con Juan Guerrero y Jalisco y nuevamente la armónica sonó, con todo lo que sus pulmones daban. Timoteo estaba en su hábitat natural recolectaba propinas, que generosamente le regalaba el auditorio

Pero… cuando todos se preparaban a pasar una noche de , la más cruda y cruel realidad se les presentaba desnuda y descarnada. Los presentes se llamaron a sosiego. «Bustos decidió retirarse«. Nadie entendía nada. Estaban tan acostumbrados a ese dicho tan sabio que «Polito Villarreal«, siempre repite en similares situaciones «Cuando el burro empieza a pastar, no hay quien lo vuelva al camino«.

Timoteo, trataba vanamente de esbozar una explicación. Pero la entendía.

Sostenía lo siguiente… «Voy a proceder a retirarme, porque tengo compromisos por la mañana y muy tempranito, debo zurcir unas botitas de doña María, que las necesita para ir al bautismo de su nieta, y también tengo que hacer media suela y a unos mocasines«. Quedaron boquiabiertos, azorados, el abrupto final los despojaba del festín, dudaban de tales argumentos, no podían dar fe de lo que les estaba sucediendo. Se habían preparado a disfrutar una larga noche y de pronto todo concluía.

La sensación en el ambiente no era más que una sucesión de lamentos, provocados por lo que interpretaban como un absurdo e injustificado atropello.

Sumado a la impotencia de no poder hacer nada por torcer la decisión del artista para que siguiera en el camino del espectáculo, y privados de un placentero entretenimiento recién comenzado. Nadie podía disimular su fastidio.

Era la excepción a la regla del refrán de «Polito Villarreal«. Timoteo Bustos regresó a su casa caminando. Al menos por vez eligió el camino de la responsabilidad, por encima de la fiesta.

Aquel bar, volvió a la rutina, y los parroquianos, a transcurrir amorfo. A esperar otra sorpresa, otro personaje, otra historia, que los arranque del letargo.

Fuente: Así era Timoteo Bustos – Justo José Valdarenas