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Los reyes magos por Ardiles

Miguel Angel Ortiz. Periodista – Docente

Como mi barrio tenía (tiene) calles de tierra, algunos de los chicos de entonces pensaban que los camellos sólo circulaban por el asfalto, y que por eso los Reyes Magos no llegaban a sus casas con juguetes.

El tema ocupó una larga discusión una siesta bajo un algarrobo de calle Chaco con mi primo Daniel. Loco por los animales (hoy dueño de un serpentario), él aseguraba que era al revés: que los camellos estaban acostumbrados a la arena, y que en todo caso debían negarse a la dureza del pavimento. “Y pueden ir y volver a Chancaní sin tomar una sola gota de agua” remató el “zoólogo” de la familia (nunca habíamos estado en Chancaní, pero sabíamos que quedaba lejísimo y por tierra). Su palabra era de peso: El Cunca, el Negro, el Timarra y el Charly apoyaban su teoría.
Pero las “evidencias” demostraban lo contrario.

De todos modos, analizando los casos, empezamos a ver que los reyes sí llegaban a nuestras casas, pero con regalos más chicos y baratos.

Mi hermana Silvia, cuatro años mayor que yo, desde la Fuensalida, le puso un poco de realismo a la cosa: su versión indicaba que los camellos empezaban por el asfalto, que no les gustaba, para sacarse pronto el problema de encima (y de paso en ese periplo se liberaban de lo más pesado) para después disfrutar de las calles de arena.
A la mayoría nos pareció una buena explicación…

Ese 6 de enero, el Carli, mi primo mayor, se quedó despierto hasta la madrugada para ver a los reyes. Por la mañana contó que los había visto, y que tenía claro el momento en que el último de los tres saltó la tapia hacia el baldío del norte. No sabía si era Baltasar, o si era alguno de los otros dos que por la oscuridad vio morocho.
Jorge relativizó la versión, pero el Carli era el más grande y todos le queríamos creer a él… Además, acudió a la evidencia: se habían tomado toda el agua, se habían comido toda la gramilla, y los regalos estaban en los cuatro pares de zapatos… (Hasta Walter, el más chico, había recibido un autito azul). El Carli dijo que habían dejado los camellos en la esquina del Toncho, en Chaco y Urquiza. Pero no dijo cómo lo sabía…

No quiero recordar en boca de quién la realidad me llegó triste cuando jugábamos en la canchita que estaba entre la escuela Barrio Ardiles y Doña Eloisa . La versión era razonable (maldita razón), y venía a explicar demasiadas cosas. Desde entonces discuto bastante con la razón y la realidad…

Aunque también puede ser como dice el maestro Salzano: “los reyes magos sí existen, los que no existen son los padres”. Y, para que no queden dudas, remata: “Son los padres los que dejan de existir. Es su manera de colaborar para que los Reyes sigan vivos”.

Desde aquella tarde en la canchita, lo que más brilla en el recuerdo es la inmensa gratitud a aquellos padres que alimentaron la magia y la ilusión, que tantas veces nos harían falta.

Todavía me sacude el pecho la idea de esos viejos jóvenes comprando o haciendo lo que podían para sus chicos sin esperar agradecimientos, ya que atribuían la generosidad a tres desconocidos que venían de oriente.
Esos desconocidos que siguen existiendo…