Pensamiento chuncano

El lujo de las grandes dimensiones

Por: Leonardo Vergara
Por: Leonardo Vergara

Si el mundo fuese un lugar más pequeño, pensaba, quizá no existiría posibilidad alguna para tanta indiferencia. Si fuese más pequeño, no al extremo de una casa, ni de un conjunto de casas, sólo bastante más pequeño, lo suficientemente pequeño para que todos tuviésemos la fortuna de cruzarnos con todos, especialmente estos señores que se ajustan las corbatas cuando se quedan sin respuestas para los que jamás se pusieron una corbata, ni un traje, ni Botox, ni cabello; pensaba sobre todo en estos señores tan empeñados en la indiferencia de los helicópteros, si pudieran llegar caminando desde un lugar a otro, si tuvieran que dar los pasos medianamente obligatorios que damos los que caminamos a diario entre la gente, y tuvieran que encontrarse en medio del tumulto, amontonados, al punto de olvidarse cómo huelen ellos mismos, al punto de confundirse entre el olor a mugre y el olor a trabajo. Si el mundo fuese temerariamente pequeño, pensaba, lo suficiente como para que tuviéramos que cruzar a diario las mismas plazas, precisamente en estos señores que despersonalizan las medidas y los números de la economía, si la distancia no contara como excusa para las comitivas de autos polarizados, si tuvieran, pensaba, no digo que saludarnos uno por uno, yo no saludo desconocidos, si al menos en el camino diario, tuvieran que mirarnos e ineludiblemente verse a sí mismos en ese instante. Porque pensaba que quizá uno puede olvidarse de los hombres sin traje si sólo frecuenta señores de traje día tras día. Por eso pensaba, si el mundo fuese un lugar más pequeño y no sobrara tanto espacio, sobre todo aquellos espacios infinitos cultivados hasta el hartazgo que en nada nos han resuelto el hambre. Si el mundo fuese más pequeño, pensaba, quizá no quedaría nadie afuera, porque las distancias entre unos y otros a veces facilitan los olvidos, por eso pensaba, si todo estuviese relativamente cerca y estos señores tuviesen que hacer sus compras, si el mundo fuese lo suficientemente pequeño como para que entraran todas las casas pero las casas justas, de manera tal que no quedaran excusas para que otro tuviese que limpiarlas, si todos tuviesen que mover los muebles y pasar el trapo, si cada uno, por justicia de recursos, tuviese que bañar a su perro y cepillarlo. Si el mundo fuese moderadamente más pequeño y las suelas de madera llegasen a resultar un incordio dada la afortunada posibilidad de los pasos, pensaba, si sobre todo estos señores de entallado tuviesen que empujar un niño en una hamaca, si tuviesen que agacharse cada día a recoger el diario, si de casualidad tuviesen que limpiar sus propios baños. Si el mundo fuese sustancialmente más pequeño a estos señores se les acabaría el pretexto para los atriles y los vallados. Si fuese lo suficientemente pequeño, todos tendríamos que dar la cara, máxime estos señores, acostumbrados a hablar a las cámaras. Se agotarían los rodeos para el contacto de redes, volveríamos a vernos como alguna vez supieron mirarse los hombres a sí mismos, en el espejo del otro. Si puntualmente estos señores tuvieran que verse, agotada la excusa del apuro por llegar a todas partes, si tuvieran que mirarse en los ojos del trabajo, si por un momento tuviesen que esperar en una esquina para cruzar la calle, si de casualidad se toparan con toda la dignidad que puede caber en un par de manos, si tuviesen que adivinar, en la soledad del banco de una plaza, el valor de un calendario, pensaba, si se acabaran las evasivas, si el mundo fuese tan pequeño que nos obligara a encontrarnos, justamente con estos señores que siempre parecen apremiados, si se les acabaran los subterfugios que les permite el lujo de la distancia, pensaba, si tuviesen que caminar con lo puesto como caminan los que aman, si el mundo fuese lo adecuadamente pequeño de modo que no tuviesen escapatoria, deseaba.