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Santo Domingo y Pancha Meona

por Hugo Galaburri


En los años 70, en mi niñez, recuerdo la figura de una persona vestida de traje negro y sombrero que llegaba a la nochecita por la esquina donde nos juntabamos muchachos y chicos del barrio de «La Chancleta»,
México y Roque Saenz Peña era la esquina, justo en la casa del «Osito» Luna que tenia como verjas unas piedras grandes rodeando el frente de la vieja casona hoy demolida y sin rastros de un pasado lejano, feliz de ignorancia y terrible también de ignorancia.

Tenía 6 o 7 cuando mi madre me dejaba jugar con los chicos un poquito más tarde a la escondida o al bicho.

Los más grandes se sentaban en las piedras del «Osito» para buchonear donde nos escondíamos o para que nos animaran a mojarle la oreja a alguno y armar quilombo, solo por diversión nomás. Y en eso aparecía el Santo Domingo detrás del que contaba en el poste de la luz y «piedra libre!». Salíamos corriendo todos para ver que acrobacia haría.

Debajo del sombrero sacaba un «cuete» y lo prendía como cigarro, hacía una pitada canchera y le explotaba en las manos, luego se caía de espaldas y giraba como dos o tres vueltas para atrás. Nos cagabamos de risa. Los más grandes le ofrecían un petardo más grande para ver si se animaba a lo mismo. Lo encendía y lo dejaba un ratito en la mano y nos corría con el petardo encendido y se los arrojaba a los muchachos sentados en las piedras. A esa altura ya nos meabamos de la risa. Pero del quilombo de los petardos salía la Josefina, la mujer del Osito y nos corría de su vereda. «Salgan de acá mocosos de mierda! Ya los voy acusar a sus Madres!». De una oreja nos llevaban a nuestras casas las madres. Los muchachos se reían ahora y Santo Domingo hacía tumbitas carneras en el aire y volaba a su casa, a la otra cuadra de la mía, donde vivía a veces con la «Pancha Meona».

La pobreza extrema lo esperaba y quizás una botella de alcohol o un bollo de pan que rescataba la Pancha ese día que había salido del oscuro sucucho donde dormía.

Se decía de la Pancha Meona que cuando era joven, su belleza la acompañó hasta una desgracia que la llevó al peor martirio. Hablaban de una pequeña hija o hijo que perdió y que ella buscó con el alcohol hasta convertirla en un harapo maloliente de mugre y meada. Decían que no le dijéramos nada cuando la cruzáramos por la calle Irigoyen o cuando se apostaba por la Panadería de lo Suau. Tenía la boca tan sucia como sus calzones. Ahí se quedaba, no iba hasta la plaza, se hacía la ciega decían. No le saqués las monedas, te va a cagar de un palo, decían. No iba hasta la plaza, ese era el territorio de la «Tranco’e pavo».

Mi abuela Petrona siempre le llevaba algo y me invitaba a acompañarla por la mañana, cuando no estaba en pedo.

A veces lo cruzabamos al Santo Domingo lavándose la cara en la palangana que estaba afuera. Gracias «mamita» decía. Gracias «Señor» me decía, mientras hacía la venia y juntaba los tacos. La Pancha asomaba su cabeza por la minúscula ventanita de su pieza y decía «guarda con el choco Doña Petrona, muchas gracias, Dios se lo va pagar».

Sufrieron mucho el Santo Domigo y La Pancha Meona. Los muchachos eran crueles con ellos, les hacían cosas horribles. Los hacían «culiar» por dos monedas cuando estaban en la dimensión alcoholica más profunda. Los golpeaban con piedras y cascotes, le metían palos en el culo para despertarlos por la minúscula ventana oscura, oscura sus vidas. Tengo ganas de llorar la puta madre.

Santo Domingo se hizo Santo el día que el José Luis (Doña Jovita) le hizo la canción en la verja de su casa con una guitarra prestada. Fue victima del terrorismo de estado, lo mató la policía, dicen, por algo que vio y no debía ver. Le reventaron el estómago, dicen. Y la dignidad muchísimas veces. Te juro que nunca le hizo daño a nadie, solo hacía reír.

La Pancha un día salió a pedir monedas y pan y al atardecer del regreso se encontró con una zanja que había echo la Municipalidad por el tema del agua. Y sí, se cayó dentro y se quebró la cadera. La encontraron los municipales por la mañana y la llevaron al hospital. Ahí las enfermeras la bañaron y la cambiaron y la cuidaron y le lavaron el pelo que era blanco y estaba negro de mugre y meada y tristeza y desprecio colectivo. Sabés que linda que está la Pancha Meona? Le decía mi madre a mi abuela Petrona porque esos días me estaba llevando a un reumatólogo por mis dolores de rodilla. Ahí la ví por última vez, porque mi madre era amiga de una enfermera y le preguntó si estaba bien y si podía verla y dijo que sí pero rapidito porque la otra enfermera nos iba a sacar cagando.

Dicen que la vinieron a buscar, dicen que una hija de Río Cuarto o algo así. No sé. Lo único que sé es que tengo muchas ganas de llorar.