Historias ChuncanasVilla Dolores

Villa Dolores y el tren

Por Darío Suárez

Mes de enero, calor, tardecita. Avenida San Martín esquina Hormaheche. La avenida ornamentada con sus plantas de naranjos amargos plenas de azahares, y sus farolas art-deco, dos globos amarillos en pedestal de bronce.

Caminábamos con mi padre hacia La Estación.

El sol del poniente iluminaba las Sierras Grandes, agigantándolas, que me impresionaban como una muralla imponente de esplendor y belleza natural, y su foto se grabó, indeleble, en mi memoria.

Mi padre acomodaba su andar marcial a mi lento caminar de infante.

No era cualquier paseo.

Íbamos rumbo al Hotel Sierras Grandes. Había un gran gozo en mí, pues tomaríamos un helado.

Sí. Aquel manjar, apetecido y esperado por días.

Ya en el hotel, sobre el antiguo mostrador de despacho de helados, las tapas de los distintos sabores me parecían infinitas, cual los escaparates de la Biblioteca de Babel.

Tal como el espejismo del caminante en el desierto, que de tanta sed, cree ver innumerable cantidad de lagos.

Una vez ya con el dulce manjar en manos, mi padre y yo cruzamos la calle y nos sentamos en aquel hermoso paseo, justo frente a la Estación de Trenes de Villa Dolores.

Aquella fuente, con el sonido del agüita dulce, aquellas palmeras, aquellos bancos, todo eso también se grabó en mi memoria, junto al gusto de la crema americana, el chocolate y la vainilla del exquisito helado.

Mi padre sabía hablar, y también callar. Cada uno saboreaba el helado en silencio. Era todo un diálogo. Pero sin palabras, sólo gestos y sentimientos.

Aunque en realidad, el gran espectáculo recién estaba por comenzar.!

Después del helado, una experiencia grandiosa se aproximaba.

Ya anochecía, y empezaba el incesante movimiento en «La Estación«.

Es que «El Tren» estaba pronto a llegar.!!

Decenas de empleados ferroviarios, changarines, taxistas, mateos, carruajes, muchas personas que esperaban familiares, decenas de curiosos, y mi padre y yo, esperábamos aquel solemne momento.

La locomotora a vapor se hacía sentir a lo lejos, primero con su silbato inequívoco, después con el fragoroso sonido de pistones, levas y bielas, y con las enormes nubes de vapor que soltaban sus calderas.

Al ver aquella fabulosa máquina sentí la emoción de observar lo gigantesco, lo metálico, lo tremendamente poderoso de las máquinas.!!

Una nueva e imborrable postal quedó grabada en mi memoria.

Hoy ya la estación no existe. Tampoco existen sus locomotoras fabulosas, la plazoleta, los bancos de madera al estilo inglés, las palmeras, la fuente, los mateos, ni el hormiguero humano que era aquel lugar cuando llegaba El Tren.

Tampoco existe El Tren.

Tampoco existe el refrigerador de helados de infinitas tapas con los infinitos gustos de helados del .

Me hubiese gustado que los niños de hoy hubiesen tenido la posibilidad de ver ésas locomotoras de vapor.

Me hubiese gustado que los niños de hoy saboreasen aquel helado misterioso, el de los mil gustos, luego de haberlo deseado toda la semana.

Y me hubiese gustado volver a caminar con mi padre, hablando en medio de aquel silencio, en el cual la contemplación lo era todo.!!

Cosas de Traslasierra….un lugar en el mundo

 

*Fotografía de Portada «El fanstama del tren» – Sergio Coria