Arte Chuncano

Arte, imagen y religión

María Elena Roquier*

“El arte es belleza, forma, movimiento, literatura, música, amor, pasión y creación universal”

Sabido es que existen obras de arte que contienen tal fuerza expresiva que logran llegar al observador provocándole diversas emociones como la ternura, la dulcificación interior, el amor, la pacificación y otras como el dolor, la tristeza, la nostalgia, etc.

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Hay obras escultóricas visitadas por millones de personas que, luego de observarlas, hablan sobre la emoción y movilización interior que las mismas provocaron en ellas.

Estas manifestaciones no son casuales. La belleza, en este caso, contiene tal fuerza iconográfica que el observador se siente atraído y acariciado por la obra.

Un proverbio chino dice: “Una imagen vale más que diez mil palabras”, y a esta verdad la podemos constatar simplemente mediante la observación silenciosa y atenta de muchos elementos que nos rodean y que tienen algo para decirnos aún desde su más extrema estaticidad.

Decir belleza es decir amor, decir amor es decir paz, decir paz es decir Dios, por lo tanto, toda obra que despierte estos sentimientos será siempre obra buena, hecha para hacer el bien y sin duda será aceptada y cuidada por todo hombre de buena voluntad que la observe.

Bueno es también predisponerse para la observación, como decía el gran escultor rumano Brancusi: “Mirad, mirad, hasta que sintáis”. Y a esta actitud, la de la observación entregada, cuesta ponerla en práctica, más aún en estas épocas de tanta exigencia personal, donde la celeridad, la rapidez y la velocidad mental son consideradas premisas fundamentales para el logro del triunfo personal.

Se han realizado a lo largo de nuestra historia obras escultóricas que recuerdan a seres religiosos que pasaron por esta sociedad humana dejando una estela luminosa plena de dones mostrando vidas ejemplares dignas de recordar e imitar. Pintores y escultores de todo el mundo tienen en su hacer obras de estas características. Las vemos en los templos, en espacios públicos y particulares, donde gran cantidad de gente se acerca a orar, reflexionar, venerar, agradecer y también a solicitar que se cumplan los deseos de su corazón en momentos de aflicción como en los de felicidad.

Particularmente me conmueve ver la movilización de la fe, la devoción, el sentimiento de esperanza de tantos seres que hacen largas colas para llegar a una imagen con el fin de mirarla de cerca y si es posible, tocarla.

Existen quienes opinan que estas manifestaciones son la clara demostración de “adoración de imágenes”, y que la obra en sí, de madera, piedra, cemento, etc. – elementos sin vida – es la “adorada”. Por lo tanto – dicen- se incurre en idolatría, más específicamente en iconolatría, partiendo de la premisa que el ser humano tiende naturalmente a la idolatría.

Por cierto, que la ignorancia sobre un tema específico nos puede hacer cometer errores de concepto, pero si ahondamos sobre la temática y también practicamos y promovemos una toma de conciencia, muchos falsos mitos caerían por su propio peso.

Qué mejor que un lugar tranquilo, frente a una bella imagen de la Madre del Cielo: la Virgen María, o la de Jesús, la de Dios Padre, o la de alguna de tantos santos que nos ayudan a recordar su entregada vida al bien, y su pureza espiritual, para conseguir entrar en un estado de conciencia indispensable, de silencio interior, y poder ver y escuchar claramente nuestro corazón y nuestra alma deseosos de paz, amor, tranquilidad, perdón y misericordia.

Las imágenes religiosas tienen un enorme e indiscutible valor tradicional, pero ese valor no solo no es reconocido sino criticado y rechazado por los infaltables iconoclastas.
La imagen cumple la función de evocar… y nos prepara para la oración.

Es fundamental, a mi entender, que las imágenes religiosas deban contener y reflejar desde su mirada, sus gestos y movimientos, la psicología del personaje representado, retratado. Entonces, el mensaje intrínseco de la obra llegará indudablemente al espectador y éste, “sabe” que a través de la imagen recuerda y venera al ser que ya no está entre nosotros y que su imagen trasunta los dones dignos de ser recordados e imitados. En cuanto a la adoración, también sabe – por su formación religiosa – que solo se realiza hacia el creador de todas las cosas y a su hijo Jesús.

Por todo esto es que no tengo dudas que una imagen con estas características influye de manera notable en la persona que busca desde la oración la transformación interior.

Creo que este tema de la oración individual o grupal frente a una imagen religiosa debe ser tratado con mucho cuidado y desde una actitud reflexiva y respetuosa.

Es indudable que el artista cumple una función importantísima en esta temática, donde la especialización, el oficio largamente practicado, el estudio morfológico retratista y psicológico previos a la elaboración definitiva de la obra, indicarán el camino hacia una representación auténtica y valiosa desde el punto de vista religioso y artístico.


*Escritora. Escultora retratista, especializada en monumentos públicos, intervenciones, restauraciones. Directora fundadora del Museo Artemplo- “El Ángel Azul”- Las Rabonas – Traslasierra – Córdoba – Argentina
Tel. 3544 -439167 -Fijo del Museo: 3544 – 499318
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