CulturaLas Rabonas

Leyenda de «Las Rabonas»

Autora: María Elena Roquier
Extraída de su libro de cuentos “Corazón de Niño”- Veinte cuentos y una leyenda, editado en 2020


Aquel invierno fue el más frío y cruel que recordaran los habitantes del pequeño poblado.

Un puñado de familias se habían asentado a ambos lados de la Ruta 14, que conducía a las Altas Cumbres, en el pintoresco Valle de Traslasierra, de la Provincia de Córdoba.

Se reconocían como: “los de arriba”, los que vivían hacia las sierras, y “los de abajo”, los que eligieron ubicarse cerca del lago.

Ruta de por medio, los habitantes formaron una comunidad de vecinos, familiares y amigos. Se cuidaban mutuamente y compartían tareas por el bien común. Pero, aquel invierno, una intensa y prolongada helada dejó devastada a la pequeña comunidad. Fue la helada mayor que habían visto hasta entonces, provocando la muerte de casi todos los animales: gallinas, pavos, cerdos, ovejas, terneros y muchos animales más. Los únicos que se salvaron fueron los caballos. Los días pasaban tornándose cada vez más fríos, y las familias no encontraban la manera de recuperar ni una parte de lo perdido. Se quedaron sin el alimento diario y la desesperación se fue instalando en sus corazones.

Ramonita, la niña de diez años, hija de Ismael y Berta, observaba con tristeza el sufrimiento de sus padres y de sus pequeños hermanos por la falta de comida.

-¡No sé hasta cuándo aguantaremos esta situación! – Dijo Berta a su marido – No tenemos nada. Esta noche tomaremos un mate cocido con el último puñado de yerba que nos queda – El lamento y la desesperación se vivían en cada rancho, en cada familia, y la incertidumbre reinaba en el pequeño poblado. Esa noche, Ramonita se acostó con dolor de estómago por la falta de alimento. Sacó el Rosario de abajo de la almohada, el que le había regalado el Padre Eugenio cuando ella tomó la comunión en la capilla del pueblo vecino “Los Nonos”. Lo llevó hacia su pecho, cerró los ojos y dijo con bajísima voz: – Dios Padre, ayúdanos por favor – Y se quedó profundamente dormida. Esa noche Ramonita soñó, soñó con una imagen muy luminosa que se acercaba a su cama. La imagen se fue tornando cada vez más nítida y distinguió un ser que le pareció un ángel, quien, agachado de cabeza, le habló dulcemente: – Hola, pequeña Ramonita, he venido a traer un mensaje para tu pueblo, y vos te encargarás de dárselo. Les dirás cómo deben actuar para salir de la difícil situación que están atravesando. Escúchame atentamente: -Dijo el ángel mirándola a los ojos con inmensa ternura – Cada familia les cortarán las colas hasta el rabo a sus caballos. Después las llevarán al almacén de ramos generales que está cruzando el río. Allí acopian el pelo, la cerda o crines que son comprados por una fábrica de cepillos de la ciudad. De esta manera podrán recibir dinero y algunos alimentos necesarios para cada familia. Al principio será difícil, pero día a día irán saliendo adelante, y podrán conseguir nuevos animales, ¡eso sí!… y esto es muy importante, Ramonita: una vez que se hayan recuperado económicamente, dejarán de cortarles las colas a los caballos. Ellos las necesitan para espantar las moscas, los tábanos y otros bichos molestos… ¿entendiste?

-Sí, sí, sí, entendí – Contestó la niña con una sonrisa.

-Las colas – Continuó diciendo el ángel – crecerán rápidamente por un tiempo. Las podrán cortar una vez por semana, y tendrán cada semana, dinero y comida. Pero llegará el día en que sí o sí dejarán de cortarlas, y esto será cuando, después de haber trabajado duro y con mucho esfuerzo, hayan recuperado su economía familiar.

Al día siguiente, le contó con entusiasmo el sueño a su familia, quedando todos muy sorprendidos.

-¡Pero esa idea es excelente! -Exclamó Ismael – ¡Claro! ¡Las crines del caballo valen mucho y las venderemos muy bien! – Aquella noche hubo fiesta en el rancho. Comieron hasta llenarse. Ismael y Berta, hasta brindaron con un vaso de vino. La noticia corrió como una luz por el vecindario de arriba y de abajo. Cada vez fueron más los caballos que andaban con sus colas rabonas o chupinas y, como lo prometió el ángel, a la semana ya habían crecido nuevamente. Así, los vecinos del poblado se fueron recuperando, menos los más tranquilos, los más flojos, que vieron que era más fácil sentarse a esperar que las colas crecieran y tener dinero rápido para seguir festejando. Ismael, en cambio, al igual que otros vecinos fue obediente al mensaje del ángel, una vez recuperada su economía familiar, dejó de cortar las colas. Fue entonces que, a medida que pasaba el tiempo, a la pequeña comunidad primeramente se la reconocía como “el pueblo de los caballos con las colas rabonas o chupinas”. Más adelante, como “el pueblo de las colas rabonas”. Hoy se llama “LAS RABONAS”: un hermoso pueblo asentado al pie de las Sierras Grandes, que ofrece una belleza natural incomparable, única, donde el aire regala de manera permanente aroma a mentas y peperinas.

Imagen: Caballos con las colas rabonas – Maqueta realizada por la escultora María Elena Roquier